“Narcisismo, capacidad para mentir y manipular, frialdad de ánimo, ausencia de remordimiento…” No se trata del retrato robot de un asesino en serie sino de un ladrón de guante blanco tal y como los retrató Edwin Sutherland en su clásico “Ladrones profesionales” (1939). Los brokers de aquella época eran unos aficionados comparados con los que han venido luego: Bernard Madoff, Mario Conde, Larry Summers o Antonio Camacho, fundador de Gescartera, todos émulos de Gordon Gekko, el personaje que interpretó Michael Douglas en “Wall Street”.
Antes de que alguien me acuse de demagogo por aplicar la etiqueta de “psicópata” a los agentes de bolsa, veamos los hechos. Un estudio llevado a cabo por la Universidad Carnegie Mellon en 2005 puso de manifiesto que individuos con ciertas lesiones cerebrales lograban mejores rendimientos en el mercado bursátil que personas sanas. Los que sufrían daños cerebrales tendían a tomar riesgos inasumibles para el resto de las personas a la hora de invertir; la frialdad, la carencia de sentimientos y la falta de remordimientos convertía a estos “psicópatas funcionales” en los inversores perfectos.
Esto no sería mayor inconveniente (un puesto de trabajo idóneo para un discapacitado = albricias) si no fuera por un pequeño detalle: desde los años 90 la economía financiera —casi enteramente especulativa— ha sobrepasado con mucho el tamaño de la economía “real”.
La bolsa de valores, que se creó para que las empresas encontraran financiación, se ha convertido en un gigantesco casino en el que cualquier actividad es susceptible de recibir apuestas: desde el precio del cacao en Sierra Leona a las pensiones de los jubilados alemanes.
En otras palabras, la economía mundial está casi enteramente en manos de un puñado de psicópatas que, desde Londres, Nueva York, Tokio y Frankfurt, dan rienda suelta a su narcisismo, derribando economías (Irlanda, 2010) o monedas nacionales (como hizo George Soros, que ahora purga sus culpas, con la libra esterlina en 1992).
El daño causado por la ingeniería financiera a la economía mundial está magistralmente relatada en el documental “Inside Job”. Uno de los entrevistados en la película es Andrew Lo, director del Laboratorio de Ingeniería Financiera del MIT, que cuenta ante las cámaras: “Se ha comprobado en pruebas con resonancia magnética que las partes del cerebro que se activan a la hora de ganar dinero son las mismas que se estimulan con la cocaína”.
El psiquiatra José Antonio García-Andrade, que dedicó un capítulo de su libro “Psiquiatría criminal” a los delincuentes de cuello blanco, hace un análisis freudiano del comportamiento de los “amos del Universo”, como los llamaba Tom Wolfe: “A menudo, la exploración psiquiátrica de estos individuos revela una rivalidad con el padre no superada. Esta rivalidad le lleva a querer siempre más, a pretender superar al padre incesantemente”.
La búsqueda obsesiva de poder, dinero y reconocimiento lleva a los brokers a tomar enormes riesgos. No en vano, hablamos de “personas impulsivas, amantes del peligro…, lo que forma parte de su personalidad”, resume Jonathan Alpert, un terapeuta que atiende a ejecutivos de alto nivel de Wall Street.
Pero las sospechas de psicopatía no solo recaen en los operadores de bolsa, especuladores y ventajistas varios, sino en las corporaciones, los actores principales del gran teatro del capitalismo. Un documental realizado en 2003 y que está viviendo una nueva vida gracias a Internet, “The corporation”, disecciona el comportamiento de las multinacionales como si, en lugar de personas jurídicas, se tratara de seres humanos. La desoladora conclusión es que las corporaciones se comportan como auténticos psicópatas, a tenor de unos rasgos definidos por el Manual de diagnóstico de las enfermedades mentales, entre otros:
- Incapacidad para sentir culpa.
- Desconsideración hacia los sentimientos ajenos.
- Incapacidad de atacar los límites legales de la conducta.
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