Miles de jóvenes sienten que caminan hacia atrás, víctimas de los excesos de otros.
Reportaje realizado por www.politica.elpais.com
Hace seis años, en agosto de 2005, una joven catalana escribió una carta a este periódico. Se titulaba ‘Yo soy mileurista’, término que ella acuñó. Carolina Alguacil tenía entonces 27 años y se quejaba de la precariedad laboral de su generación: “El mileurista es aquel joven, de 25 a 34 años, licenciado, bien preparado, que habla idiomas, tiene posgrados, másteres y cursillos. Normalmente iniciado en la hostelería, ha pasado grandes temporadas en trabajos no remunerados, llamados eufemísticamente becarios, prácticos (claro), trainings, etcétera. Ahora echa la vista atrás, y quiere sentirse satisfecho, porque al cabo de dos renovaciones de contrato, le han hecho fijo (…) Lleva tres o cuatro años en el circuito laboral, con suerte la mitad cotizados (...). Lo malo es que no gana más de mil euros, sin pagas extras, y mejor no te quejes. No ahorra, no tiene casa, ni coche, ni hijos, vive al día. A veces es divertido, pero ya cansa (...)”. Releer hoy aquella carta deja un sabor amargo. Porque evidencia que se ha retrocedido. El mileurismo ha dado paso a una versión aún más precaria de sí mismo, el nimileurismo. “Antes éramos mileuristas y aspirábamos a más. Ahora la aspiración es ganar mil euros”, resume la propia Alguacil, que estudió Comunicación Audiovisual, es autónoma y se ha mudado a Córdoba. “Ni mucho menos me imaginaba yo entonces que la cosa iba a ir a peor”. Ella ya no es mileurista, pero no cree que gane lo que debería: “No me conformo”.
Desde 2005 las perspectivas económicas han dado un vuelco. Ese año España crecía a un cómodo 3,6% y soñaba con entrar en el G8. Los anuncios de venta de pisos duraban poco en los balcones. Solo un puñado de iluminados —que después han dado cientos de entrevistas— supieron ver que se avecinaba un tsunami financiero, una enorme crisis que cuatro años después sigue tumbando fichas y que está dejando a Europa exhausta y políticamente malherida. Grecia sigue al borde del abismo. Portugal e Irlanda han tenido que ser rescatadas. Y España, ahogada por el paro, se zambulle de nuevo en la recesión con otros 30.000 millones en recortes encima de la mesa.
Ante este panorama, miles de jóvenes sienten que caminan hacia atrás. En 2005 el paro juvenil rondaba el 20%.Ahora araña el 50% y hace tiempo que duplicó la media europea (22,4%). La generación mejor preparada tiene las peores perspectivas desde la Transición y se siente víctima de los excesos de otros. El 15-M o las protestas estudiantiles de las últimas semanas dan muestra de su indignación. Hasta ahora, muchos de estos jóvenes han contado con la ayuda de sus padres. Pero a algunos se les ha agotado ese colchón. “Todos los indicadores han empeorado, todos”, dice el sociólogo Esteban Sánchez, experto en juventud y precariedad. “Altísimo desempleo, alta temporalidad y bajos salarios. Ha sido tremendo. No hay ni un dato que nos haga albergar algún tipo de perspectiva positiva”. “La sensación extendida es que no hay futuro”, resume Guillermo Jiménez, de 21 años, estudiante de Derecho y Políticas, de la asociación de universitarios Juventud sin Futuro. EL PAÍS inicia hoy una serie sobre los problemas, retos y sueños de esta generación nimileurista. Los reportajes se publicarán a diario durante las próximas semanas en la sección de Vida & Artes del diario impreso y en la sección #nimileurista creada dentro de nuestro área de Política, donde también se abrirán fotos de debate.
En su breve vida laboral, Pedro, un madrileño de 28 años, ha probado todas las formas de precariedad: paro, salarios nimileuristas o directamente anecdóticos, dinero en negro. Repasa la sucesión de empleos sin aspavientos. Para él, es lo normal. Como todo hijo de vecino se estrenó siendo becario. Después llegó su primer contrato: 700 euros mensuales en una productora de publicidad; al año se lo subieron a 800 euros. “En 2009 empezaron los despidos. Fue cayendo gente y cuando pensaba que me había librado, me tocó a mí”. Durante los seis meses que estuvo en paro aceptó la tarea de publicar en una web a un euro la pieza. “Al principio me curraba cada texto. Luego me escribía lo de toda la semana en una tarde, total, por 20 euros al mes…”. Hasta hace unas semanas era el community manager de una compañía (el responsable de gestionar sus redes sociales). Ganaba 940 euros, pero le acaban de despedir. Sus ingresos se reducen a los 90 euros por día que le paga una agencia de publicidad cuando le necesita como refuerzo. Se los dan en un sobre. “Y menos mal que tengo eso”, dice Pedro. “Mi planteamiento es muy sencillo: pillar trabajo de donde sea. Mis padres no lo entienden. ¿Pero estás buscando, has mirado bien? Y es que está la cosa fatal. En las pocas ofertas que salen nos apuntamos 500. Que te llamen para la entrevista es ya un triunfo. Hay muchísima gente con más experiencia, me siento en un limbo… La verdad es que no pensaba que la crisis fuese a durar tanto. Este es el primer año en que tengo claro que no va a ser el último. Ni el que viene, ni el siguiente”.
En España viven 10.423.798 personas de entre 18 y 34 años. Al igual que Pedro, reman contra los elementos y un mercado laboral menguante mientras los ya viejos problemas empeoran y se alimentan: salarios precarios, paro de larga duración, sobrecualificación, tardía emancipación, fuga de cerebros… Su ingreso medio neto (incluyendo a los parados), es de 824 euros al mes. Y los que están trabajando,ganan de media 1.318 euros mensuales (datos del Consejo de la Juventud de España). Profesiones que parecían a salvo del mileurismo, ya no lo están. La Politécnica de Valencia siguió los primeros pasos laborales de ingenieros y arquitectos que se licenciaron en 2008: uno de cada cuatro no llegaba a mileurista. Y lo que es más grave: elnimileurismo había avanzado un 8% respecto a los graduados un año antes.
A la estadística le pone cara Amanda, una valenciana de 29 años (no quiere decir su apellido). Ingresa mil euros mensuales y trabaja de diez de la mañana a 21.30 de la noche “con media hora para comer”. “Es surrealista, cuando salgo de casa no ha abierto el supermercado y cuando vuelvo, ya está cerrado. No me da tiempo a nada, ni a hacer cursos, ni muchas veces ni siquiera a prepararme la comida del día siguiente. Curro como una directiva, pero cobro como una pringada”. En Amanda conviven en extraña armonía dos sensaciones enfrentadas: la de sentirse explotada y privilegiada. Hasta encontrar su actual empleo, en un departamento de ventas, se sentía “la eterna becaria”. “Había encadenado seis becas. La primera fue sin remunerar. Bueno, me daban tickets de comida. Y la última, en un organismo público, fue la mejor pagada: 600 euros. Lo de las becas no tiene límite, todo depende de cuánto tiempo puedan estar apoyándote tus padres. Por eso ahora estoy feliz de mantenerme a mí misma. Aunque no me da para nada no ha habido otra época en que haya pensado tanto en lo afortunada que soy. Y cruzando los dedos, porque mi contrato es temporal. Me da pánico que me echen”.
Ese pánico, que avanza de la mano de la crisis, se ceba con los jóvenes. Ya en 2005 una encuesta planteó a diversos grupos de edad si sentían que su empleo era seguro. Sólo un 13% de los menores de 24 años respondió afirmativamente, frente a un 37% de los empleados de entre 45 y 54 años. El motivo, destaca el economista Florentino Felgueroso, director de la cátedra de Capital Humano y Empleo de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada, es que España se caracteriza “más que ningún otro país por la aplicación de la regla lifo (last in, first out: último en entrar, primero en salir)”.
Dolores, de 29 años, no necesita que nadie le explique qué es la regla lifo porque la vivió de primera mano: “Fui la última en llegar y la primera en salir”. La sevillana hizo un ciclo de FP superior en realización audiovisual y trabajó tres años en el departamento de mercadotecnia de una cadena de ópticas (cobraba 900 euros). Pero hace dos años la despidieron. “Llevo en el paro desde Reyes de 2010”, dice. No tiene paga, pero casi. Agotada la prestación, cada vez que necesita dinero se lo pide a su madre. El problema es que ella también está desempleada. En 2007, Dolores se compró un piso de protección oficial que le cuesta 400 euros mensuales que ya no puede pagar. En verano cerró la casa para evitar más gastos y se volvió con las maletas a la casa familiar. La hipoteca la pagan ahora mes a mes entre su madre y su abuelo. “Intento gastar lo mínimo, no pedirle nada a mi madre”, dice con un hilo de voz, sin dramatismo, pero afectada. Porque le tiene que pedir.
Sólo quien ha vivido el paro de larga duración sabe lo que se siente cuando pasan los días y nada cambia, cuando la prestación por desempleo se acerca a su fin. Y el 45% de los menores de 34 años en paro lleva más de 12 meses buscando empleo, según datos de Josep Oliver, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Al igual que Dolores, muchos que habían logrado independizarse, han tenido que regresar al hogar familiar (la tasa de emancipación se contrajo en 2011 un 4,2%). Otros no han conseguido marcharse, comoBeatriz Arrabal, de 32 años. Lleva 550 días sin nada y sin embargo no pierde el optimismo. Diplomada en Trabajo social y Gestión y Administración pública, pagó su carrera trabajando de teleoperadora por 1.100 euros, un sueldo que hoy ve inalcanzable. La mayoría de sus empleos una vez licenciada nada han tenido que ver con su vocación. Ha sido administrativo en una empresa de alimentación (850 euros) y en una cadena de ropa (mismo sueldo). También ha sido dependienta de Vodafone, su trabajo mejor pagado (1.100 euros fijos más unos 500 en comisiones). Pero en junio de 2009 la echaron. Desde entonces, ha hecho unas prácticas no remuneradas y en verano de 2010 fue monitora de pisos tutelados (por 800 euros). Su novio tampoco tiene trabajo estable y han pensado en marcharse de España, pero a ella la frena su situación familiar: cuida de su padre, enfermo (ambos viven de la pensión de él).
El pasado 10 de noviembre, Beatriz abrió en Facebook el grupo Trabajo social: cómo lograr encontrar nuestro hueco. “He decidido crear este grupo para ayudarnos a buscar un hueco en nuestra profesión, aportando experiencias y ver en qué nos podemos ayudar”, escribió a modo de presentación. “Mirando en webs de búsqueda de empleo me he dado cuenta de que yo ando perdida, pero otros lo están aun más”, explica la joven, que informa al resto del grupo (unas 200 personas) de ofertas y consejos que encuentra por ahí. “Es una forma de ayudarnos, porque hay mucha gente desanimada”.
La palabra desánimo se queda corta para describir cómo se sienten muchos de quienes apostaron todas sus cartas al boom de la construcción. El paro de larga duración es especialmente cruel con ellos, constata Josep Oliver. Y de su desasosiego dan muestra cinco vecinos de un pueblo (que piden no se nombre) que se dedicaron durante años al sector: dos electricistas, un cristalero, un carpintero y un herrero. Como la mayoría de los parados que no terminaron la secundaria (y cuya tasa de paro sube hasta el 55% entre los menores de 30 años), los protagonistas de esta fábula contemporánea se buscan ahora la vida como pueden, haciendo chapuzas y con ayuda de sus familias.
De todos ellos, Manuel, el cristalero, es el único que sigue trabajando para la misma empresa. Pero las condiciones son otras. Cobra la mitad que antes, 700 euros, y en negro. “No estoy cotizando. Lo que gano no consta para mi futuro”, señala Manuel, de 32 años y echado para delante. Baraja marcharse al País Vasco. “O más lejos, a Suiza”. Rafa, 33 años, el herrero, se dedicaba a hacer barandas para los edificios nuevos, cientos de metros. Tiene una hipoteca que se come al mes 650 euros, la mayoría de sus ingresos (850 euros). Domingo, de 35 años, instalaba puertas. Está casado y tiene un hijo de cuatro años. Ha agotado todas las ayudas, sus padres tienen que ayudarle. Sueña con un trabajo en Suiza en el que asegura ofrecen 3.500 euros, “aunque hay leches para entrar”. Jesús y Raúl, de 30 y 31 años, son electricistas. Jesús trabajaba en grandes obras de la Costa del Sol y Raúl para Ayuntamientos. El primero ha hecho un curso para asistir a personas discapacitadas. Le quedan dos meses de paro y está algo asustado. El segundo se plantea seguir sus pasos o hacer un curso “de lo que sea”. Tiene fecha de boda, aunque empieza a verlo complicado.
En Granada, una joven pareja de recién licenciados lidia con la otra cara del problema: la sobrecualificación, que afecta al 37% de los menores de 30 años con estudios universitarios o FP superior. Natalia, de 25 años, es logopeda y técnico de análisis clínicos. Su novio, Jesús, de 23, es ingeniero técnico industrial. Ambos venden seguros puerta por puerta. “Si es de defunción me dan 200 euros y por uno de vida, 120”, cuenta ella. “Unos meses saco 900 euros y otros, solo 90”. Natalia cree que podrá dejarlo pronto. Le han ofrecido ser la logopeda de un gabinete de psicología, aunque ella misma deberá aportar sus propios clientes. “Estoy haciéndome una campaña de marketing por Internet”, cuenta animada. Por cada consulta cobrará 20 euros y la clínica otros 10. Si le va bien, se dará de alta como autónoma. Su novio está más desencantado. Tras sacarse una de las carreras más duras solo ha hecho una entrevista. “Y fue por un enchufe”, subraya. Como no encuentra nada, ha empezado Bellas Artes. “Me gusta pintar. Y es lo mejor pagado en relación con el tiempo empleado de lo que he hecho”.
La falta de alternativas también impulsa nuevas fórmulas para salir adelante. Ana Sánchez de la Morena, una manchega de 34 años, acaba de fundar una productora de artes escénicas junto a Hugo Nieto. Su empresa llega en un momento en que el sector cultural coletea, muy afectado por los recortes en subvenciones públicas y los retrasos en los pagos de los Ayuntamientos. Para financiar una de sus coproducciones, Exhumación, de la compañía The Zombie Company, recurrieron al crowdfunding o micromecenazgo. A través de la web Verkami, creada por un biólogo catalán de 52 años y sus dos hijos, de 29 y 24 años, lograron recaudar en 20 días 2.860 euros, 360 más de lo que se habían propuesto. Todo ello gracias a las aportaciones económicas de 65 micromecenas, personas a quienes el proyecto les pareció lo suficientemente interesante para hacer una aportación económica. “Para las artes escénicas o la producción musical, el crowdfunding es una opción real a la falta de financiación externa”, dice Sánchez. En sus 14 meses de existencia, Verkami— que se inspiró en kickstarter.com— ha recaudado cerca de un millón de euros para 222 proyectos, la mayoría culturales (cortos, discos, documentales).
Y mientras los jóvenes prueban vías de emprendimiento (al 54% de los jóvenes españoles le gustaría crear su propia empresa, según Eurostat), el Gobierno dibuja las nuevas reglas de juego que marcarán el rumbo de la economía y de cada uno de ellos. De momento, su oferta más relevante para esta generación es una reforma laboral que a medio plazo potenciará la ocupación de los jóvenes, pero que también bajará los sueldos. “La reforma insiste en lo que otras veces ya se ha hecho: abaratar el empleo juvenil respecto al resto, una forma de reconocer la impotencia del mercado laboral español”, dice Santos Ruesga, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Madrid. “La reforma defiende un modelo de generación de empleo basado en unos costes más bajos, esa es nuestra apuesta para competir en un mundo global, que se traducirá en peores condiciones para los jóvenes. Como estrategia de desarrollo me parece una locura”.
Ante la falta de expectativas, muchos cerebros de la generación mejor preparada siguen haciendo las maletas, protagonizando una fuga de cerebros “sin precedentes”, en palabras de Fátima Báñez, ministra de Empleo y Seguridad Social. Según el último eurobarómetro de la Comisión Europea, un 68% de los jóvenes españoles está dispuesto a marcharse de España; un 36% por un plazo limitado. Y un 32%, por mucho tiempo. Sólo cinco países —de 31 encuestados— nos superan: Islandia, Suecia, Bulgaria, Rumania y Finlandia.
Hace un par de semanas, José Ignacio Wert, ministro de Educación, Cultura y Deporte, matizaba el volumen de esta fuga y prometía “encontrar el camino de vuelta” a estos españoles. Pero tras años de decepciones a la Federación de Jóvenes Investigadores Precarios les cuesta creerlo. Ester Artells, 35 años, científica de Reus que actualmente trabaja en Marsella (Francia), pone de ejemplo el paulatino fracaso de las becas Ramón y Cajal. Financiadas por el Ministerio de Ciencia e Innovación, su objetivo es, precisamente, atraer de nuevo a España a los jóvenes investigadores más punteros que ejercen fuera. Duran cinco años y la esperanza es que, al concluir, el investigador haya encontrado una forma de permanecer en el país. En 2005, el 92% de los becados se quedó en España al término de la beca. En 2008, el porcentaje se redujo al 85%. En 2009, al 77.4%. En 2010, al 54%. Y el año pasado, al 37%.
“Es muy serio lo que está pasando”, dice la socióloga Almudena Moreno, que ha realizado numerosos estudios sobre juventud. “Cada semana me llaman expertos de otros países a consultarme. Todo esto se traduce en una grave pérdida de capital humano. Tenemos pocos jóvenes, que cada vez son menos, y los pocos que hay, se marchan. ¿Quién va a tener hijos? A largo plazo es un problema demográfico, económico y social muy serio”.
Francisco Pérez, del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas, apunta “una gota de optimismo”: “Desde el punto de vista individual es una buena noticia. Para España significa que estos jóvenes continúan su formación. Aquí también trabajan muchos médicos de otros países. Hay periodos en que unos llegan y otros se van”. En la misma línea apunta Juan José Dolado, profesor de Economía de la Carlos III: “La emigración es favorable para el país de origen a corto plazo. Yo mismo tengo una sobrina arquitecta que en España ganaba 850 euros y que ahora cobra 2.500 libras en un importante estudio de Londres y manda dinero a su casa, las remesas son positivas”.
Rafael Aníbal, 28 años, es periodista. En noviembre se quedó sin empleo y “tira de ahorros”. Ha empezado a estudiar opciones fuera. Baraja marcharse a Chile, donde ha comprobado que puede aspirar a un sueldo similar a su máximo salario en España: 1.100 euros. “El problema es que se necesita visado para trabajar y los billetes cuestan 1.250 euros, una inversión. Pero aquí a lo que puedo aspirar en la actualidad es a trabajos en negro. No sé lo que es una paga extra. Para ganar algo de pasta tengo que tener tres trabajos que ahora son imposibles de encontrar. No sé lo que es vivir solo porque comparto piso desde que me independicé, aunque tal y como están las cosas eso ahora es lo de menos”.
En diciembre, Aníbal abrió un blog donde recoge testimonios de jóvenes que se han marchado, Pepas y Pepes 3.0 (pepasypepes.blogspot.com). “Lo he hecho desde la indignación. Como dice un cubano en la película Habana blues, de Benito Zanbrano, “cada día tengo más plantas y perros en mi casa de los amigos que se han ido”. Me gusta la frase y además es real. Este mes tengo dos fiestas de despedida de amigos que se marchan. La gente se toma este éxodo de una forma muy frívola. Me parece preocupante que nadie levante la voz. ¿No será que los hijos de la burguesía y del dinero van con billete de ida y vuelta mientras que los otros sólo van con billete de ida?”. Para buscar las historias que luego publica, Aníbal se ayuda de las redes sociales, aliadas de esta generación. “Hay mucha gente que me dice que no porque les da vergüenza. Haberte marchado significa de alguna manera que has perdido, que te ha ganado el sistema”. “Yo estoy cabreado y muy indignado”, continúa. “Y me pregunto constantemente estas tres cosas: ¿qué tengo que ver yo con la especulación, la prima de riesgo o las agencias de calificación? ¿Por qué estamos pagando los jóvenes las consecuencias de una crisis en la que no tenemos absolutamente nada que ver? ¿Por qué no mandamos a Juan Rosell [de la CEOE] a Laponia y a que envíe crónicas contando cómo es lo de emigrar cuando ni hablas el idioma y no es tan fácil encontrar trabajo?”.
En sintonía con la campaña de protesta por el trabajo no remunerado impulsada por la Asociación de la Prensa de Madrid (que se debate en redes sociales bajo la etiqueta #gratisnotrabajo), el madrileño ha rechazado dos ofertas por impropias: 300 euros por media jornada. Y 500 euros por jornada completa. “Ni nado en dinero ni voy de sobrado”, matiza. “Pero si los sueldos a los que puedo aspirar aquí son esos, prefiero marcharme”.
Y mientras unos se marchan a su pesar, otros querrían hacerlo, pero no pueden. Como Elías, de 28 años, que estos días patea Madrid buscando tarea. Es boliviano y llegó a España hace cuatro años. Instalaba calderas por unos 700 euros al mes, pero desde hace meses no tiene trabajo, ni tampoco cobra ya el paro. Su tarjeta de residencia le permite trabajar legalmente en España pero no en otros países de la Unión Europea. Sus opciones son volver hacia atrás, de donde partió, o revivir en otro país la angustia de ser un ciudadano sin papeles. Y se niega. “No quiero vivirlo otra vez, pero si pudiera hacerlo legalmente me iría disparado”. Su plan B es “estudiar informática para ser analista de sistemas, en eso veo que sí hay trabajo”, dice. Y se despide solemne, pero antes de desaparecer tiende en la mano uno de los folletos que mete cada día en cientos de buzones: “¿Está pensando en reformar o arreglar su hogar? Suelos, saneamientos, gotelé, alicatado… Cuéntenos lo que necesita. Nosotros nos ocupamos del resto”.
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