Bueno, nazi, lo que se dice muy nazi, no me pareció, la verdad. No recuerdo yo que los nazis pusiesen pegatinas y luego se marchasen. De hecho, diría que hasta me aburrí un poco, es lo que tienen las expectativas: uno va esperando una batalla campal, y luego se encuentra gente que camina por las aceras, padres con niños y hasta alguna señora que pasea al perro aprovechando el escrache. Y no, tampoco parecía un perro nazi, si es lo que están pensando.
Activistas de la PAH ante la casa de la diputada del PP Rodríguez Salmones |
Arrancamos desde la Plaza de Castilla, una vez la policía terminó de identificarnos. Recorrimos uno de los barrios más ricos de Madrid, cantando pareados, poniendo pegatinas y repartiendo información a vecinos y comerciantes, y a los muchos porteros, que se mostraban cómplices. Ni siquiera cortamos el tráfico, eso se lo dejamos a las decenas de antidisturbios que nos escoltaban por el asfalto. Al llegar al portal de la diputada, la policía nos empujó hasta la acera contraria, donde un portavoz leyó un mensaje, y después de cantar unos minutos más, nos fuimos juntos.
No sé, a lo mejor cuando me metí en el metro, una vez marchados los muchos periodistas (incluida alguna tele extranjera), los activistas volvieron y tiraron piedras y cócteles molotov, pero mucha pinta no tenían. La gente iba tranquila, la policía también parecía relajada, y no vi miedo, ni siquiera a que en cualquier momento apareciese un ex diputado del PP enloquecido y te arrancase la cabeza por perroflauta. En resumen: fui al escrache sin decirle nada a mi madre, para no preocuparla; y una vez visto, pienso invitarla al próximo.
Ya lo he dicho alguna vez, pero repito: los gobernantes y los medios afines deberían felicitarse de la calma y el civismo que estamos demostrando los ciudadanos. Viendo la manera en que los ciudadanos están siendo maltratados y humillados, con familias asaltadas por el balcón y echadas a rastras, y miles de ahorradores estafados con descaro, es admirable lo pacíficos que seguimos.
Y sin embargo, algunos parecen empeñados en echar leña al fuego, a ver si consiguen que alguien sufra un calentón y acabe pasando algo, para así hacer buena la profecía de autocumplimiento que suelen aplicar a las protestas: los manifestantes son violentos, así que los criminalizo y reprimo, hasta que al final acaban siendo violentos y puedo presumir de “ya lo decía yo”.
Pero me temo que esta vez han pinchado en hueso, porque la campaña de escraches está siendo una perfecta demostración de la inteligencia colectiva de unos y la necedad orgánica de otros.
Inteligencia colectiva la de la PAH, que ha desbordado a la clase gobernante con una forma de protesta eficaz y muy hábil: llevar a las casas de los diputados la protesta enmarca la acción y su respuesta en el ámbito del domicilio, ese que algunos consideran sagrado salvo cuando te desahucian. Las repetidas imágenes de familias, niños incluidas, echadas a la fuerza a la calle con lo puesto, están tan presentes para los ciudadanos que cualquier pataleta apelando a la inviolabilidad del domicilio y la protección de los niños se diluye como azucarillo. Los escraches serían inaceptables para la mayoría hace cuatro años; hoy en cambio cuentan con un apoyo masivo.
Necedad orgánica, la de la clase gobernante, totalmente descolocada y con una cintura de granito. Desbordada por formas de protesta imaginativas, que rompen el clásico “manifestación autorizada”, y ante las que solo tiene una respuesta que ofrecer: más policía, más blindaje, másmultas, más criminalización, más miedo.
Cuando crean que han acabado con los escraches, se verán otra vez desbordados por esa inteligencia colectiva que ya tendrá pensado el siguiente paso. Y esa inteligencia está siendo el mejor fruto de este tiempo terrible: la capacidad de los ciudadanos para organizarse, convocarse, reapropiarse del espacio público, protegerse, burlar la represión, ser autónomos, ser eficaces, construir comunidad. No todo son malas noticias.
No sé, a lo mejor cuando me metí en el metro, una vez marchados los muchos periodistas (incluida alguna tele extranjera), los activistas volvieron y tiraron piedras y cócteles molotov, pero mucha pinta no tenían. La gente iba tranquila, la policía también parecía relajada, y no vi miedo, ni siquiera a que en cualquier momento apareciese un ex diputado del PP enloquecido y te arrancase la cabeza por perroflauta. En resumen: fui al escrache sin decirle nada a mi madre, para no preocuparla; y una vez visto, pienso invitarla al próximo.
Ya lo he dicho alguna vez, pero repito: los gobernantes y los medios afines deberían felicitarse de la calma y el civismo que estamos demostrando los ciudadanos. Viendo la manera en que los ciudadanos están siendo maltratados y humillados, con familias asaltadas por el balcón y echadas a rastras, y miles de ahorradores estafados con descaro, es admirable lo pacíficos que seguimos.
Y sin embargo, algunos parecen empeñados en echar leña al fuego, a ver si consiguen que alguien sufra un calentón y acabe pasando algo, para así hacer buena la profecía de autocumplimiento que suelen aplicar a las protestas: los manifestantes son violentos, así que los criminalizo y reprimo, hasta que al final acaban siendo violentos y puedo presumir de “ya lo decía yo”.
Pero me temo que esta vez han pinchado en hueso, porque la campaña de escraches está siendo una perfecta demostración de la inteligencia colectiva de unos y la necedad orgánica de otros.
Inteligencia colectiva la de la PAH, que ha desbordado a la clase gobernante con una forma de protesta eficaz y muy hábil: llevar a las casas de los diputados la protesta enmarca la acción y su respuesta en el ámbito del domicilio, ese que algunos consideran sagrado salvo cuando te desahucian. Las repetidas imágenes de familias, niños incluidas, echadas a la fuerza a la calle con lo puesto, están tan presentes para los ciudadanos que cualquier pataleta apelando a la inviolabilidad del domicilio y la protección de los niños se diluye como azucarillo. Los escraches serían inaceptables para la mayoría hace cuatro años; hoy en cambio cuentan con un apoyo masivo.
Necedad orgánica, la de la clase gobernante, totalmente descolocada y con una cintura de granito. Desbordada por formas de protesta imaginativas, que rompen el clásico “manifestación autorizada”, y ante las que solo tiene una respuesta que ofrecer: más policía, más blindaje, másmultas, más criminalización, más miedo.
Cuando crean que han acabado con los escraches, se verán otra vez desbordados por esa inteligencia colectiva que ya tendrá pensado el siguiente paso. Y esa inteligencia está siendo el mejor fruto de este tiempo terrible: la capacidad de los ciudadanos para organizarse, convocarse, reapropiarse del espacio público, protegerse, burlar la represión, ser autónomos, ser eficaces, construir comunidad. No todo son malas noticias.
Por Isaac Rosa
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