En un momento como el actual, en el que el paro en España afecta a más de 5 millones de personas, puede parecer inadecuado plantear temas como la calidad del trabajo. Si nos ponemos en la piel de cualquier parado es comprensible que, a primera instancia, pueda incluso resultar ofensivo el planteamiento de cuestiones como las jornadas de quienes tienen la fortuna de poder trabajar, mientras otros sufren la precariedad a consecuencia de su condición de desempleados.
La realidad nos presenta a un importante número de ciudadanos que, aún disfrutando de un trabajo, rozan la precariedad al enfrentarse a condiciones que apenas permiten asegurar una estabilidad o unos ingresos decentes. Desgraciadamente, no hay que irse a China para encontrarse a trabajadores que realizan jornadas de mayor duración a las permitidas por ley, contratos a jornada completa que tan sólo cotizan a media jornada, horas extras que no se pagan[1], convenios colectivos que no se respetan[2]. Los abusos laborales existen, a pesar de que su existencia sea ocultada -no denunciadas- en muchas ocasiones por sus propias víctimas, al preferir mantener un puesto de trabajo, aunque sea precario y en condiciones ilegales, que verse en la calle sin ingresos.
Se ha llegado a una cultura del miedo, miedo a protestar, miedo a reivindicar justas mejoras, miedo a implicarse en movimientos sindicales de clase, miedo a señalarse por todo aquello. Como es de imaginar, esta cultura del miedo fomenta la insolidaridad, al extender el ejercicio de autocensura a los compañeros de trabajo que desean luchar por cambios a mejor o, cuanto menos, pelear por preservar los derechos propios de los asalariados. Esta falta de solidaridad deja en plena indefensión a los trabajadores que, en una época de crisis como la actual, ven empeorar sus condiciones laborales en aras de mejorar conceptos tan truculentos como la competitividad.
Hoy en día, quienes trabajan en jornada continua suelen ser señalados como privilegiados. Por supuesto, ya sabemos lo que ocurre con los derechos cuando, sobre todo en tiempos de crisis, se confunden intencionadamente con privilegios. Desde la perspectiva de muchos empresarios, la jornada laboral partida se percibe como un modo de asegurar una supuesta mejora de la productividad. Si nos ceñimos al particular concepto de productividad subyacente en los discursos de muchos empresarios, el empleado más productivo es quien trabaja el mayor número de horas al menor precio.
Ha sido en los sectores más técnicos -ingenierías, software, etc.- donde se ha ensayado con mayor profusión este nuevo “modelo de productividad”. Unida a la tradición de no pagar las horas extras, la jornada partida ha sido exprimida a conciencia por parte de muchos empresarios de estos sectores, compuestos fundamentalmente por trabajadores en su mayoría dóciles, adoctrinados por un sistema educativo por el que han pasado exitosamente por cada una de sus etapas y absorbido a la perfección la ingrata imposición de obedecer sin hacer preguntas. En cierto modo, los ingenieros, arquitectos e informáticos de hoy son el sueño de cualquier explotador: excelentemente formados, trabajan sin rechistar las horas que hagan falta, además de aceptar la cultura de que está mal visto salir a la hora en punto; lo bien visto es quedarse un rato más en la empresa gratuitamente. De hecho, muchos suelen creerse más cercanos a la empresa que a los compañeros, de modo que entienden la competencia -a toda costa- con aquéllos como un medio de supervivencia y, si es posible, para escalar puestos en la compañía. Así, parte de las dos horas de interrupción habituales en las jornadas partidas se convierten en horas de trabajo gratuitas para la empresa. Para el amo, el sueño de la productividad perfecta se alcanza durante esos instantes.
El trabajador en tales condiciones no sólo renuncia a cobrar por horas de su trabajo, sino que se ve obligado a emplear su dinero donde le imponen las circunstancias. Poco a poco, muchos bloques de oficinas, polígonos industriales y viveros de empresas han ido evolucionando a pequeños ecosistemas humanos donde se saca el máximo provecho de las maratonianas jornadas partidas. La larga estancia de los empleados en el mismo recinto conlleva satisfacer toda una serie de necesidades de las que, tarde o temprano, surgirán oportunidades de negocio para unos pocos. Así, junto a los clásicos comedores-cafeterías irán surgiendo gimnasios, guarderías, recreativos, centros de estética, de masaje, en los cuales los empleados de las empresas de la zona dejarán parte de sus ingresos. Todo, sin salir de la zona de trabajo.
El tópico de vivir para trabajar cobra así más vigencia que nunca. Ante tal panorama es inconcebible hablar de trabajadores motivados, hecho de sentido común confirmado por un estudio del portal de empleo Monster[3]. Empresas del sector como Randstad también han aportado estudios al respecto, que indican el aumento de productividad en los trabajos de jornada intensiva[4]. Pero quizás la aportación más contundente sobre la conveniencia de aplicar la jornada laboral continua viene de la mano de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles (ARHOE), que ha elaborado un decálogo que explica que “la productividad no sólo no desciende con esta clase de medidas, sino que se ve incrementada”[5] pues:
1. Aumenta la motivación. La jornada continua tiene una incidencia directa en la motivación de sus empleados. Están más satisfechos, más felices y con mejor disposición para el trabajo gracias a que tienen tiempo para dedicarlo a su vida personal y a su familia.
2. Fortalece la identificación con el proyecto y con la empresa. Los empleados satisfechos se identificarán con mayor facilidad con una empresa que tiene en cuenta sus necesidades y sus circunstancias personales, que les deja tiempo para atender esas cuestiones.
3. Reduce el estrés. El estrés acumulado repercute negativamente en el rendimiento de los trabajadores, además esto se une a la angustia que les produce el hecho de que las largas jornadas de trabajo les impide dedicar tiempo a la atención de la familia, la preparación de las vacaciones, las compras y las obligaciones cotidianas.
4. Estimula la optimización del tiempo. Al disponer de un menor número de horas para realizar las mismas tareas que antes distribuía a lo largo de una jornada completa, los empleados aprenden a optimizar sus horas de trabajo, a ser más eficaces y resolutivos en la realización de sus labores profesionales diarias.
5. Enseña a planificarse. Sin una buena planificación, la optimización del tiempo es una tarea imposible. Los empleados se verán obligados a aprender a planificar sus jornadas de trabajo con suficiente antelación, por medio de reuniones de trabajo operativas que les permitan distribuir sus tiempos a lo largo de la semana.
6. Permite el aprendizaje y el trabajo en equipo. El verano es también el periodo vacacional para muchos trabajadores, algo que obliga a los que todavía no se han ido a implicarse más en las tareas y responsabilidades de los compañeros ausentes y a colaborar con otros departamentos y conocer así otros aspectos de la empresa hasta que vuelven los primeros para relevar a los segundos. Todo ello redunda en beneficio de la empresa y es algo que sería muy difícil llevar a cabo en un ambiente de insatisfacción laboral.
7. Mejora el descanso. La jornada reducida permite que el trabajador sufra un menor nivel de desgaste físico y psíquico. Llega a casa más fresco, a una hora que le permite disponer de tiempo suficiente para su ocio y su familia sin tener que trasnochar, y se acuesta antes, con menos preocupaciones y con menor sensación de agotamiento. Todo ello hace que llegue menos cansado al trabajo y en mejores condiciones para trabajar.
8. Facilita la desconexión. Salir a una hora razonable de trabajar permite a la persona desconectar por unas horas de las preocupaciones laborales. Algo que sería muy difícil hacer si la jornada que comienza se vive como una continuación de la anterior porque se ha salido muy tarde y apenas le ha dado tiempo para cenar con la familia y acostarse. Un tiempo de ocio de calidad es esencial para liberar la mente y dejarla limpia y lista para una nueva jornada de trabajo productiva.
9. Explora nuevas facetas. Facetas de la personalidad del trabajador que más tarde pueden tener una incidencia directa en su trabajo. Desde cursos de formación que ahora tiene tiempo para realizar, hasta aspectos de desarrollo personal de cada uno de los trabajadores que, aprovechando que tienen más tiempo y están más relajados, pueden activarse o desarrollarse.
10. Incrementa la productividad. La productividad de los trabajadores se ve incrementada de manera significativa, algo de lo que se benefician tanto él como su empresa, y que viene a probar la rentabilidad de la implantación de medidas de la conciliación y horarios racionales.
Fuente:http://elfarodelacolina.blogspot.com
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[1] "Las empresas ahorran casi 70.000 empleos con las horas extras que no pagan a sus trabajadores". RTVE Noticias, 23 de noviembre de 2011.
[2] "Truquitos de empresa 1: 'equivocarse' de convenio". Laboro, 6 de noviembre de 2011.
[3] "La jornada intensiva mejora la motivación". Muy Pymes, 28 de julio de 2011.
[4] "Más productividad en la jornada intensiva". Muy Pymes, 2 de julio de 2010.
[5] "Diez argumentos a favor la jornada continua en verano". Aprendermás, 25 de julio de 2009.
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