La FAO advierte del riesgo creciente de una gran crisis por la especulación en los mercados y la escasez de materias primas.
El hambre, siempre presente a lo largo de la historia de la humanidad, amenaza ahora con extenderse no solo por los países subdesarrollados, sino también entre los del primer mundo.
La recesión económica, la subida del petróleo, y, sobre todo, el alza del precio de las materias primas han llevado en el último año a la pobreza a 44 millones de personas en todo el mundo, según los datos del Banco Mundial.
La conjunción de estos factores puede producir una nueva crisis alimentaria apenas dos años después de superarse la última. Los cálculos de lo que se podría avecinar son escalofriantes.
El Banco Asiático de Desarrollo alertó en abril de que, solo en este continente, 64 millones de personas se enfrentan a la extrema pobreza a causa de una nueva crisis alimentaria a nivel global.
Los intereses económicos, ajenos a cualquier tipo de conciencia humanitaria, tienen mucho que ver en el negro panorama que se vislumbra.
Diversos economistas han denunciado como, con los mercados de acciones e inmobiliario paralizados, una gran cantidad de capital se ha trasladado al mercado alimenticio, convirtiéndose este en nuevo blanco de la especulación.
La ecuación es sencilla: cuanto mayor sea el precio de las materias primas, mayores serán los beneficios.
Otro de los elementos que ha motivado la subida de los precios radica en la escasez de cereales motivada por sucesivas malas cosechas. Solo entre febrero de 2010 y 2011 el precio de algunos de los principales cereales se ha visto incrementado hasta en un 70%.
La esperanza pasa porque 2011 sea un año de buenas cosechas que permita apaciguar las turbulencias que se cierne sobre este producto.
«El mundo debe actuar rápidamente para frenar el aumento de los precios alimentarios y reforzar los compromisos para un agricultura sostenible», avisó el pasado viernes ante la FAO la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, quien además hizo un llamamiento: «Hemos aprendido que si trabajamos juntos podemos obtener resultados y evitar el hambre y la frustración que devastaron decenas de países en los años 2007 y 2008».
Se refiere Clinton a la gran hambruna mundial que hace apenas tres años dejó tras de sí 100 millones de pobres. Malas cosechas, turbulencias políticas, incremento de la demanda de los biocombustibles y el cambio de hábito alimenticio en una población asiática cada vez más numerosa, conformaron entonces un cóctel explosivo para las economías más débiles.
A mediados de 2008 los precios de los alimentos en los mercados internacionales habían alcanzado su nivel más alto en casi 30 años.
El presente puede ser aún más negro, afirman los expertos. En diciembre del 2010 el índice de la FAO para los precios de los alimentos aumentó a los niveles máximos alcanzados en 2008. Solo el pasado marzo este indicador se vio frenado después de ocho meses consecutivos de incrementos.
¿La solución? «A medio y largo plazo, tan solo las inversiones en los sectores agrícolas de los países en desarrollo llevarán a un incremento de la productividad, a mercados saneados, mayor capacidad de resistencia a las fluctuaciones de los precios internacionales y una mejor seguridad alimentaria», asegura Richard China, Director de la División de Apoyo a la Elaboración de Políticas y Programas de la FAO.
Los cálculos arrojan que la población mundial alcanzará los 9.100 millones de personas en 2050. Si las crisis alimentarias se suceden ya con una población mundial de 6.800 millones ¿cómo daremos de comer a 2.300 más?
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