Soy funcionaria; no voluntaria», rezaba una pancarta solitaria de una manifestante contra los recortes sociales. Era una manera gremial de recordar que dependía de un sueldo gubernamental, fijado por ley o por convenio, y que el trabajo que desempeñaba no era voluntario, sino algo remunerado más o menos convenientemente.
Si en lugar de ser funcionaria hubiera sido dependienta de una carnicería, su pancarta habría podido recordar: «Soy empleada a sueldo. No funcionaria». Seguramente habría querido indicar que no se le garantizaba un sueldo mensual para toda la vida porque, al contrario del caso anterior, no pertenecía al grupo privilegiado de los funcionarios a quienes se podía recortar el sueldo en caso de grave crisis económica, pero en modo alguno prescindir de sus servicios.
Si en lugar de ser dependienta de una carnicería hubiera sido propietaria en régimen de autónomos de una tienda de camisetas para niños, su pancarta hubiera podido decir: «Soy trabajadora autónoma. No soy funcionaria». La amenaza de una expropiación hipotecaria no había desaparecido porque habían disminuido los ingresos a raíz de un bajón en las ventas por culpa de la crisis, que afectaba a todo el mundo, o casi.
Si en lugar de ser propietaria de una pequeña tienda fuera empleada de un banco para calcular el riesgo de las inversiones en las que se había comprometido su departamento, su pancarta hubiera podido recordar: «Soy empleada de banca. No soy funcionaria». Estaba casi segura de que las inminentes fusiones bancarias para racionalizar este negocio la dejarían sin puesto de trabajo porque sobraba gente, según los nuevos y bajos ritmos de actividad. No estaría de más que recordara su condición de no funcionaria para que nadie se desentendiera de su futuro.
Si en lugar de ser una empleada de banco lo fuera de una organización sindical, su pancarta podría decir: «Trabajo en una organización sindical. No soy funcionaria». «No eres funcionaria, pero casi», pensarían muchos manifestantes; los sindicatos son, afortunadamente, organizaciones muy poderosas en los sistemas democráticos, nada comparables a las fluctuaciones a las que está sometida una carnicería o una tienda o incluso los empleados bancarios.
Si en lugar de ser empleada de una organización sindical fuera un joven maestro que, a no ser por los recortes, habrían incluido entre los nuevos profesores, o un joven médico en condiciones parecidas y con un futuro igualmente afectado por la crisis, sus pancartas en la manifestación rezarían: «Soy maestro sin clase o médico sin pacientes. No soy funcionario».
Todo esto me hizo pensar la pancarta de la mujer en la manifestación contra los recortes que rezaba: «Soy funcionaria; no voluntaria». Era difícil no empatizar con ella: tenía su trabajo fijo y de pronto, por arte de birlibirloque, a su sueldo le aplicaban un pequeño recorte para que también ella contribuyera al saneamiento probable de la crisis.
Ella no había provocado la crisis, como tampoco lo había hecho la carnicera, la propietaria de la camisería, la empleada de banca, la sindicalista, el maestro o el médico. Ahora bien, de todos los amigos a los que he preguntado cuál de todas ellas estaba siendo sofocada de la manera más injustificada, nadie me mencionó a la funcionaria de la primera pancarta. Todos se compadecían de la empleada, a quién no se le había garantizado nada de nada, salvo unos días adicionales de paga a raíz de determinadas conquistas salariales.
La misma pregunta se la hago ahora a mis lectores. Con motivo de los recortes la carnicera, la empleada en la tienda de camisetas, la empleada de banca, la sindicalista, el maestro y el médico perdieron todos su puesto de trabajo. Al sueldo de la «funcionaria, pero no voluntaria» se le aplicó un recorte. Hay tantas manifestaciones a las que acudir que apenas me queda tiempo para ir a la última. ¿A cuáles irían mis lectores?
Fuente: www.eduardpunset.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario