lunes, 1 de octubre de 2012

Manual del demagogo o la demagoga

Esta es una modesta aportación al manual del perfecto demagogo, o de la perfecta demagoga.

[Y ya que hemos empezado por ahí, digamos que esa distinción masculino/femenino para lo que es genérico es uno de esos instrumentos que son imprescindibles para llegar a ser un perfecto demagogo.

Ellos y ellas, trabajadores y trabajadoras, maestros y maestras.

Si en un discurso, en un artículo o en una conferencia el buen demagogo no usa esos latiguillos puede encontrarse que empieza con mal pie ante su audiencia].

En todo caso, ahí va una lista de elementos que debería tener en cuenta un buen demagogo para acercarse a la perfección en el ejercicio común de su aspiración máxima: convencer al otro de golpe y sin perderse en argumentos (aunque también habría una lista de argumentos demagógicos).

1. Desprecio de la política y de los políticos. Un buen demagogo ha de tener muy presente este aserto y ha de usar adecuadamente estos adjetivos: Los políticos son indecentes, corruptos, ladrones, sus acciones son indignantes, y siempre son sospechosos, aunque se demuestre lo contrario. Son los culpables, y no es preciso indagar demasiado: son los culpables, el lector o el oyente ya entenderá. Para qué perderse en argumentos si todos estamos de acuerdo (y ahí la palabra TODOS es esencial). Este rasgo de la demagogia (la TOTALIDAD de los que piensan distinto está equivocada) ataca por igual a izquierdas y a derechas. En la derecha ha habido ahora un conspicuo ejemplo de ese desprecio demagógico de la política en María Dolores de Cospedal, que un día fue famosa por los sueldos que percibía y que ahora, como presidenta de Castilla La Mancha, ha tenido la idea (oportunista, dice El País, en su editorial de hoy: el oportunismo es demagógico) de obligar a los políticos a trabajar gratis.

2. El demagogo ha de mostrar indignación en el discurso oral. Cuanto más gritas, mejor se entiende, parecen creer los demagogos. Es rasgo del demagogo tener asumida ya la respuesta del contrincante, de modo que no importa lo que éste diga. Según de donde venga, además, ya se sabe qué va a decir el adversario, y aunque matice el demagogo ya tiene asumida su respuesta, pues su cerebro de demagogo no consiste de interrogantes sino de respuestas. Y él ya sabe que la razón la asiste. El que está enfrente generalmente actúa de la misma manera, por eso hay este guirigay que observamos.

3. Cargarse de razón. Es justamente este extremo, cargarse de razón, lo que convierte al demagogo en un espectador de sus propios argumentos, independientemente de los que traiga el otro. Es rasgo común de su actitud, por tanto, la sordera. "Sí, ahora me vas a convencer, si ya sé lo que me vas a decir".

4. La ideología del demagogo. No hay demagogos en un solo lado del espectro; hay demagogos de derechas y hay demagogos de izquierdas. Hay demagogos que dicen, desde una perspectiva ideológica, que los demagogos son los otros, y viceversa. En este juego de demagogias nadie puede tirar la primera piedra, pero lo cierto es que las piedras silban. Y también hay demagogos que suelen decir de sí mismos que no son ni de izquierdas ni de derechas. Esos suelen ser los más peligrosos, pues no hay peor demagogo que el demagogo de la neutralidad.

5. El lenguaje del demagogo. El lenguaje del demagogo está teñido por adjetivos mejorativos para los suyos y despectivos para los otros. Unos y otros abrevan del mismo diccionario, pero las intenciones son en un caso y en otro totalmente opuestas. Pero el efecto es el mismo. Lo menos que le apetece al demagogo es ponerse a conversar a ver si el argumento ajeno le arruina su propio pensamiento.

6. La demagogia es una enfermedad sorda.
Solo sabemos que la tenemos cuando ya es incurable. Mientras tanto sólo somos capaces de verla en los otros.

7. Como decía Sartre del infierno, los demagogos son los otros.

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