jueves, 29 de julio de 2010

¿Sería la vuelta al patrón oro la única forma de que la economía mundial recupere el equilibrio?

Nuestro mundo ha quedado marcado por los eventos que se produjeron en 1971, año que supuso el principio del fin del tipo de cambio fijo establecido por el tratado de Bretton Woods, que vinculaba el valor del dólar al oro (una onza equivalía a 35 dólares). La ausencia de un tipo de cambio controlado ha provocado, según The Economist grandes desequilibrios comerciales, y el engorde de reservas de naciones como China. En suma, ha allanado el terreno para que se creen burbujas que, al ser estalladas por los gobiernos, resurgen en otro lugar o activo. Hacen falta cambios profundos para atajar esta situación.

El primero que lanzó la idea de que el fin del patrón oro fue el comienzo de los desequilibrios y las tensiones monetarias fue Richard Duncan. En sus libros La Crisis del Dólar y La Corrupción del Capitalismo, señala que la ausencia de un tipo de cambio constreñido aumentó los desequilibrios comerciales, provocó enormes flujos de capitales entre naciones y aumentó la masa monetaria en circulación. Así, las reservas en divisa extranjera se dispararon un 2000% entre 1969 y 2000.

¿Por qué este exceso de papel moneda no ha desencadenado hiperinflación, como sería lógico? (poner demasiado dinero en circulación provoca tensiones inflacionistas). Cierto es que se ha visto inflación muy alta en las últimas décadas, especialmente en los años 70, a la que pusieron freno los bancos centrales con fuertes subidas de tipos en la década de los 80, con la Fed de Paul Volcker a la cabeza.

Aplastando burbujas
Sin embargo, según la revista estadounidense desde entonces la economía mundial se ha convertido en un gigantesco tablero de whack-a-mole (popular juego infantil en el que se tiene que golpear con un mazo a los topos que asoman de una plataforma).

Es decir, el dinero extra en circulación asoma en forma de burbujas en renta variable, países emergentes, sector inmobiliario, etc. Así, los bancos centrales sacaron el mazo para aplastar la inflación derivada del consumo, pero fueron reacios a aplastar el resto. Y esto alimentó el crecimiento masivo del sector financiero, que se enredó en el círculo de mayor nivel de endeudamiento y precios crecientes de los activos.

Una de las cosas más peligrosas de las burbujas es que crean una sensación irreal de riqueza: los prestamistas se alegran porque sube el valor del colateral, los bancos centrales se alegran porque los activos bancarios se aprecian , y los que invirtieron en el activo y cazaron parte de la subida se alegran por lo obvio. Así, en las burbujas, la gente empezó a engullir crédito, y cuando llegó la devastadora burbuja de la vivienda, eso se convirtió en una trampa.

Puede que la vuelta al patrón oro no sea la respuesta para acabar con esta espiral de deuda y precios, que minan cada vez más la credibilidad de los bancos centrales, sobre los que recaen las contradictorias tareas de emitir moneda a la vez que se contiene la inflación y se trata de paliar los efectos del endeudamiento. Pero una cosa sí está clara: la única forma de romper la baraja es aprovechar este momento para llevar a cabo profundas reformas del sistema a nivel mundial.

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