jueves, 10 de junio de 2010

Si tienes dos carreras y hablas dos idiomas, no te contratarán nunca

“Me concedieron una vivienda de protección oficial y como estaba en paro, no tenía con qué pagarla. Llevé mi currículum a varios centros comerciales donde estaban buscando dependientes. Eso sí, lo falsifiqué, porque si pongo que tengo dos carreras y hablo dos idiomas no me contratarían nunca”. Lo que cuenta M.V, de 29 años, es una situación vivida por numerosas personas que están buscando trabajo, sean de la edad que sean: son rechazados por sobrecualificación.

De este modo, aquel truco tan habitual de rehacer el CV añadiendo creativamente titulación y experiencia para impresionar al contratante se ha tornado en su contrario, y ahora se eliminan todos aquellos datos que hagan pensar que se está ante alguien muy formado y, por tanto, potencialmente conflictivo. Porque esa es la idea que está en la mente de los empleadores. Como asegura Luis Enrique Alonso, Catedrático de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, “el problema no es tanto que el contratante crea que este tipo de trabajadores le vayan a exigir más económicamente, sino que le acabarán dando problemas. Es un tema de desconfianza, ya que piensan que con ellos no van a conseguir el nivel de disciplina que la empresa demanda”. En resumen, son percibidos como personas “con poca fidelidad al trabajo, que cuentan con demasiadas expectativas y que siempre están pensando que no se les da lo suficiente”.

Como señala Pedro García-Cano, Director General de TMP Worldwide, en un momento de crisis hay muchos demandantes de empleo que cuentan con una cualificación superior a la del puesto, pero las compañías son conscientes de que más pronto o más tarde la tendencia cambiará, de modo que “si contratas a un universitario para que coloque cajas, es seguro que acabará marchándose en cuanto pueda”. Además, el problema de la sobrecualificación, que resulta preocupante cuando eres joven, “lo es todavía más si sobrepasas los 45 años. Es un sector de la población que lo tiene muy jorobado, y más aún en nuestro país, donde no existe la tradición de cambio de carrera. En EEUU a un tío que viene del Ejército le pones a vender ordenadores sin ningún problema. Aquí la sociedad no es tan permeable”.
No obstante, hay algunos sectores “razonablemente descualificados”, avisa Arturo Lahera, profesor de la Universidad Complutense, como es el de los teleoperadores, “que han sido copados por licenciados universitarios en busca de su primer ingreso o de un salario de subsistencia que les permita seguir formándose”. Pero incluso en estos trabajos, donde la formación superior no es vista como un problema definitivo dado que se trata de empleos de alta rotación en los que la fidelidad es un factor poco relevante, tampoco parece que se vea con buenos ojos la incorporación de gente sobrecualificada.

Como asegura García-Cano, “una empresa no deja de tener una personalidad propia y debes intentar contratar a las personas que se adecúen a esa personalidad. Si la compañía se dedica a un trabajo repetitivo, con poco valor añadido y en el que priman la repetición y la obediencia, es un error contratar a gente que esté bien amueblada intelectualmente, a la que has de motivar mucho más a través de la cooperación y de la discusión que de la orden específica”. Porque si bien en un momento de crisis como el actual, la necesidad actúa como eficaz motivador, “siempre queda la duda de si se está verdaderamente comprometido con un trabajo para el que ni tu mente ni tu musculación están preparadas. Si pones a un ingeniero a hacer fotocopias, no le verás muy motivado. Es mucho mejor poner a realizar ese trabajo a alguien que viene de la obra y que ve eso casi como un ascenso”.

No obstante, señala García-Cano, este momento sí es una gran oportunidad para que las compañías mejoren en calidad,” contratando gente bien formada que pueda desarrollar funciones un escalón por debajo de aquellas para las que están preparados. Pero, eso sí, siempre y cuando les coloquemos sólo un nivel por debajo. En cuanto haya demasiada distancia entre el puesto y la formación, tendremos un problema”.

El riesgo de confiar en la meritocracia
Sin embargo, esta situación nos habla también de asuntos que van más allá de la aplicación del pragmatismo a la hora de cubrir las vacantes en la empresa. Como afirma Lahera, es también el síntoma de un problema estructural que causa numerosos dramas individuales, en tanto hablamos de un sistema que, al apoyarse teóricamente en la meritocracia, anima a que la gente se esfuerce, generando expectativas que luego termina por frustrar. “Dedicar mucha inversión, en esfuerzo y dinero, con el objetivo de formarte lo mejor posible, llegando hasta el final del sistema educativo, para estar abocado después a trabajar en puestos en los que no puedes poner en práctica esos conocimientos termina creando importantes problemas de carácter psíquico”. Por eso, asegura Alonso, “en las investigaciones con personas en proceso de subempleo suele aparecer un resentimiento muy grande con el aparato educativo. Sienten que se les ha animado a formarse, que se han esforzado y que han conseguido muy poco con ello”. Y se trata de sentimientos que se acentúan en circunstancias como las presentes. “Los estudiantes que acaban la carrera universitaria este año empezaron con las mejores expectativas laborales posibles, con mercados muy dinámicos cuya tasa de paro era del 8%. Ahora, justo cuando terminan, es de un 20%”.

El segundo gran asunto que se esconde tras la sobrecualificación es la contradicción en que vive nuestro modelo productivo. Tenemos, por una parte, trabajos bien remunerados que exigen cada vez más esfuerzos formativos (posgrados, experiencia en el exterior, idiomas, etc.) y de otra, empleos cada vez peor pagados, en general en el sector servicios, que suelen ser los más demandados. Entre ambos, aparece un sector creciente de mano de obra que está demasiado formada para los segundos pero que tampoco es absorbido por los primeros, que se prepara con vistas a ingresar en empleos exigentes y al que no quieren ni en los empleos poco cualificados. En opinión de Lahera, este hecho pone de manifiesto el gran problema del sistema productivo español, que no ha sabido leer los tiempos.

“Mientras vamos hacia una sociedad tecnológica de la información, lo que oferta el modelo español son trabajos físicos y descualificados”. En parte, por la competencia internacional, “ya que los empleos de cualificación media son fácilmente deslocalizados. Un buen ejemplo aparece en los bancos españoles, que en general son muy potentes en el sector del software para gestión financiera, y que están deslocalizando los procesos informáticos a economías emergentes como la India”. En otro sentido, porque hemos apostado por sectores con poca cualificación, como el ladrillo. “Nuestro tejido empresarial tampoco es de especial calidad, y muchas compañías están retrasadas en términos de cualificación respecto de países de nuestro entorno. En España, la sociedad del conocimiento es un mito. Y no te puedes quedar parado a la hora de formar a tu capital humano…”

Para Alonso, sin embargo, hay otros factores que juegan a la hora de producir mano de obra que luego no sabemos dónde colocar. Entre ellos aparece también la progresiva desaparición de los puestos intermedios, mucho más escasos ahora que en la producción en masa tradicional, lo que conlleva también una menor demanda de trabajadores con situaciones intermedias de cualificación. Entre muchos otros, esta transformación aparece en los procesos administrativos, “donde han sido los profesionales quienes han absorbido el manejo de las herramientas más básicas. Tienes así a un profesional barato que realiza toda clase de funciones, desde la más elevada hasta la realización de fotocopias o la transcripción de la documentación, eso que antes hacían las secretarias. Así, la estructura laboral actual, dividida entre la escasa demanda de profesionales con altísima cualificación y la elevada demanda de mano de obra del sector servicios, tiene poco que ver con la ideas de clases medias de los 60”.

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